Thomas de Quincey nacido en Manchester en 1785 ya a los diecisiete años se escapó de la casa familiar con la intención de llegar a Londres. La escapada no pudo ser más desastrosa, al poco se queda sin dinero y se ve obligado a alimentarse de bayas y raíces y a malvivir como escribiente público y secretario de campesinos analfabetos. Sin embargo, reconciliado con su familia, pudo continuar sus estudios en la universidad de Oxford e instalarse más tarde en Grasmere donde compartió tertulias literarias con Coleridge y William Wordsworth, entre otros.
En 1821 publica una de las dos obras que le han dado renombre mundial; CONFESIONES DE UN INGLÉS COMEDOR DE OPIO, donde describe su experiencia como adicto al opio, que empezó a consumir por prescripción médica a causa de las intensas neuralgias que padecía.
Y ya, en 1827, escribe en el Blakwood's Magazine el primer artículo de los dos que componen este volumen. En él, De Quincey se burla en clave de humor de la morbosa curiosidad que despiertan los sucesos sangrientos. Relatado en la forma de una conferencia dada en la Asociación de Conocedores del Asesinato, hace un recorrido por el arte del asesinato, desde la más remota antigüedad hasta las atrocidades de sus contemporáneos, adornándolas con una buena cantidad de citas cultas y latinajos, encaminados, desde la ironía, a dar un barniz culto a las infamias que se desgranan página a página.
Según De Quincey, el crimen, es reprobable cuando se proyecta, pero una vez consumado algo ha de obtenerse de él. Un crimen ha de tener una estética, los detalles sangrientos quedan para el populacho, pero el hombre refinado debe buscar en el detalle elegante que convierta al asesinato una verdadera obra de arte.
El segundo artículo, publicado un par de años más tarde, está en forma de las actas de una cena de la Asociación, y en ella se sigue profundizando en los mismos temas del primer artículo.
Sin embargo, donde De Quincey da rienda suelta a todo el horror del crimen brutal e indiscriminado es en el Post Scriptum añadido en 1854, donde describe metódicamente los asesinatos cometidos por un tal Jhon Williams en 1812 y por los hermanos M'Kean en las proximidades de Manchester. En esta ocasión De Quincey no pretende la humorada, ni lanzar andanadas de ironía contra el morbo enfermizo, se trata del relato descarnado de varias atrocidades tan salvajes como finalmente chapuceras.
Fuente: http://www.ciencia-ficcion.com/limites/lm0075.htm
En 1821 publica una de las dos obras que le han dado renombre mundial; CONFESIONES DE UN INGLÉS COMEDOR DE OPIO, donde describe su experiencia como adicto al opio, que empezó a consumir por prescripción médica a causa de las intensas neuralgias que padecía.
Y ya, en 1827, escribe en el Blakwood's Magazine el primer artículo de los dos que componen este volumen. En él, De Quincey se burla en clave de humor de la morbosa curiosidad que despiertan los sucesos sangrientos. Relatado en la forma de una conferencia dada en la Asociación de Conocedores del Asesinato, hace un recorrido por el arte del asesinato, desde la más remota antigüedad hasta las atrocidades de sus contemporáneos, adornándolas con una buena cantidad de citas cultas y latinajos, encaminados, desde la ironía, a dar un barniz culto a las infamias que se desgranan página a página.
Según De Quincey, el crimen, es reprobable cuando se proyecta, pero una vez consumado algo ha de obtenerse de él. Un crimen ha de tener una estética, los detalles sangrientos quedan para el populacho, pero el hombre refinado debe buscar en el detalle elegante que convierta al asesinato una verdadera obra de arte.
El segundo artículo, publicado un par de años más tarde, está en forma de las actas de una cena de la Asociación, y en ella se sigue profundizando en los mismos temas del primer artículo.
Sin embargo, donde De Quincey da rienda suelta a todo el horror del crimen brutal e indiscriminado es en el Post Scriptum añadido en 1854, donde describe metódicamente los asesinatos cometidos por un tal Jhon Williams en 1812 y por los hermanos M'Kean en las proximidades de Manchester. En esta ocasión De Quincey no pretende la humorada, ni lanzar andanadas de ironía contra el morbo enfermizo, se trata del relato descarnado de varias atrocidades tan salvajes como finalmente chapuceras.
Fuente: http://www.ciencia-ficcion.com/limites/lm0075.htm
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