Generación Beat

El término Generación Beat surge durante una conversación entre Jack Kerouac y John Clellon Holmes en 1948. La intención de sus miembros no era la de nombrarla, sino la de “desnombrarla”
El término “Generación Beat” comenzó a utilizarse de tal manera, y sin discriminación alguna, hasta el punto de que en 1959 Kerouac considerara necesario corregir públicamente el abuso de esta denominación en los medios de comunicación, donde se empleaba con las connotaciones de “totalmente vencido”, o fracasado, o en el sentido de “ritmo”. Jack intentó mostrar el sentido correcto de beat sugiriendo su relación con palabras como “beatitud” y “beatífico”, conexión que se explicaba porque, en sus ideales, el movimiento beat se sentía atraído por la naturaleza de la conciencia orientada a la comprensión del pensamiento oriental, hacia prácticas de meditación, etc. Esta “redefinición” que Kerouac hacía del término pretendía orientar hacia imágenes simbólicas del estilo de la derrota u oscuridad necesarias, precedentes a la apertura a la luz y la supresión del ego que conducen a la iluminación religiosa.
Allen Ginsberg, el más famoso de los poetas beatniks, observaba en el prólogo al libro The beat book, editado por Anne Waldman y Andrew Schelling, otro posible significado: “acabado”, “completo”, en la noche oscura del alma o en la nube del no saber. E incluso “abierto”, en el sentido whitmaniano de “apertura a la humildad”. Pero, independientemente del significado que quiera dársele, el uso de Beat Generation pasa a designar un movimiento literario formado por un grupo de amigos que desde mediados de los años cuarenta habían trabajado juntos escribiendo poesía y prosa, y que compartían una idea de cultura y aficiones o fuentes de inspiración similares, tales como la música jazz.
El grupo inicial estaba formado por Jack Kerouac, Neal Cassady, William Burroughs, Herbert Huncke, John Clellon Holmes y Allen Ginsberg. En 1948 se unieron Carl Salomon y Philip Lamantia; en 1950 Gregory Corso; y en 1954 Lawrence Ferlinghetti y Peter Orlovsky.
Este grupo, que acabó denominándose la Generación Beat, revitalizó la escena bohemia cultural norteamericana. Su energía se desbordó hacia los movimientos juveniles de aquella época (On the Road —En el camino, 1957— de Kerouac, asumió carácter de manifiesto universal de una juventud que quería huir de lo establecido), y fue absorbida por la cultura de masas y por la clase media hacia finales de los años cincuenta y principios de los sesenta.
Sus ideales abogan por un arte como manifestación de las texturas de la conciencia. Su canto a la liberación espiritual derivó hacia una liberación sexual, que hizo de catalizador en los movimientos de liberación de la mujer y de los negros.
Centraron su lucha en contra de los valores tradicionalistas y puritanos de Estados Unidos, contra el “American Way of life”, un repudio implícito a los valores comerciales, para cuyo reemplazo proponían los ideales expuestos por Whitman en Hojas de hierba.
COMO LA MUSICA LOS INFLUENCIÓ
En Réquiem por Bird Parker, Gregory Corso escribe: “en una habitación/ en la cual un viejo saxo/ descansa en un rincón/ como un puñado de arroz/ pensando en BIRD”. Otros poemas recuerdan la música de los lunáticos cantantes y compositores del jazz. Kerouac en su poemario México City blues reproduce el ritmo bop, y el fraseo jazzístico que sigue tocando más allá “con un ensordecedor torrente de sangre animal”.
Una soledad terrible puebla los libros de la Generación Beat, los libros de Jack Kerouac, En el camino y Los vagabundos del Dharma, donde buena parte de los mismos están habitados por el sentimiento de soledad que impregna cada uno de sus actos. La literatura beatnik es una literatura solitaria. Los personajes se mueven de un lado a otro buscando comunicarse con el primer recién llegado. De una parte a otra sin parar, de costa a costa, o camino de México, donde no se escucha jazz. Dean Moriarty y Sal Paradise son unos solitarios andariegos, una muestra de esta soledad. Ellos andan algo desesperados, buscan la Verdad del Dharma, y la Maytreya del Amor. No parecen encontrarlo ni rico ni estable. Dura sólo unos días. El jazz es un motivo recurrente en toda la literatura beatnik (si exceptuamos a William S. Burroughs) y les llena las horas de esos días en la carretera. El jazz lo utilizan, lo mastican, lo entronizan para apoderarse de unos buenos momentos de euforia, de desamparo. La música negra llena este vacío. En ella viven inmersos sus personajes. El jazz les sirve de estímulo y de acicate. Contrarresta el significado de la palabra beat, como golpeado, frustrado, agotado. El jazz levanta los ánimos. La palabra beat estuvo en boga entre los músicos del jazz: “I’m beat right down to my socks” (“Estoy en las últimas”)
Pusieron en práctica la concepción del recital de poemas como un concierto de jazz. También experimentaron en la propia escritura una melodía de jazz. Esta nueva técnica inspirada un poco por la prosodia de William Carlos Williams y en parte como una imitación de los solistas de jazz que tocaban melodía tras melodía de la más pura invención fue denominada “prosa espontánea”. Hay buena parte de ella en las páginas de On the road (1957), aunque es una novela varias veces reescrita. Esta técnica te lastima porque te deja arrastrar a la locura errante de una melodía de Charlie Parker. Al inicio de Los vagabundos del Dharma se menciona al músico: “Cerca de Camarillo, donde Charlie Parker había estado loco y sido devuelto a la normalidad”. Hay una escena maravillosa de En el camino, el solitario andariego se ha detenido, va oscureciendo, y entonces leemos: “y más que la letra es la música y el modo en que Billie canta, lo mismo que una mujer acariciando el pelo de su amante en la penumbra. El viento aullaba. Tenía mucho frío”. Billie Holiday siempre acompaña. En el frío o de fiesta, el jazz sigue sonando: “Al atronador sonido de Dexter Gordon y Walderll Gray tocando The hunt, Dean y yo jugamos con Marylou sobre un sofá; y ella no era manca”. O bien cuando en los pasajes de En el camino el jazz todavía es tan maravilloso, como si fuera su fuerza, su energía vital: “Habían arreglado la radio y un furioso bop nos empujaba a través de la noche”. Los primeros beats se incluyen todos juntos en una melodía: “Comieron vorazmente mientras Dean, emparedado en mano, aullaba y saltaba ante un gran tocadiscos escuchando un salvaje disco bop que yo acababa de comprar y que se titulaba The hunt, con Dexter Gordon y Wardell Gray tocando ante un público que lanzaba alaridos y daba al disco un fantástico volumen frenético”.
El jazz es también un rito iniciático, una religión: “Y no tenemos más que hacer que escuchar a este saxo tenor y dejarle que sople todo lo fuerte que quiera —subió el volumen de la radio hasta que el coche empezó a estremecerse—, y escuchad lo que nos dice y descansaremos y obtendremos conocimiento”. El jazz se convierte en una de sus costumbres habituales: “De pronto circulábamos junto a las azules aguas del golfo y al mismo tiempo empezó algo realmente loco en la radio: era el programa de discos Chicken Jazz’n Gumbo de Nueva Orleáns. Todos eran discos de jazz, discos de música negra con el locutor diciendo: “No os preocupéis por nada de nada”. El jazz es el hogar donde mantener las ilusiones, un insólito júbilo los enrolla sólo al pensar en él: “Tío, ¿te imaginas lo que sería si nos encontráramos con un club de jazz en estos pantanos lleno de negros amistosos tocando blues y bebiendo licor de serpiente y haciéndonos señas?”
En Los vagabundos del Dharma donde las referencias al jazz son muy escasas, podemos leer: “Y en esto, todo pareció un vertiginoso jazz. Sucedió en cuestión de segundos”. Las palabras tejen una oración por las formas jazzísticas, y todavía hay tiempo para nombrar “hasta un álbum de swing, con Ella Fitzgerald y Clark Terry, muy interesante con su trompeta”, cuenta el narrador de The Dharma bums (1958). Resulta cuando menos chocante el contraste entre lo que imagina Kerouac para los beatniks: “más adelante, en nuestra vida futura, podremos tener una hermosa tribu libre en estos montes de California, con mujeres, docenas de radiantes hijos iluminados. Podremos vivir como indios en tiendas, comer fresas y capullos”; y la canción que tararea en algún momento el protagonista: “Entonces, yo iba a la cocina y cantaba: “Las mesas están vacías; todo el mundo se fue”, con la música de You’re learning the blues, de Frank Sinatra”. Pero el jazz se introduce con más fuerza dentro de En el camino, y sigue llegando en apuntes detallados: “...un joven a lo Charlie Parker... Levantaba su saxo y tocaba tranquila y pensativamente y obtenía frases de pájaro y una arquitectura lógica musical a lo Miles Davis... Eran los hijos de los grandes innovadores del bop”. Y otra vez nos presenta a los grandes dignos de ese nombre: “Una vez hubo un Louis Armstrong que tocaba sus hermosas frases... / ...”. Y otras veces son los recorridos por bares y locales de bop: “Tras pasar gran parte de la mañana en bares de negros, siguiendo tías y escuchando jazz en las máquinas de discos.../...”. O bien: “Salimos y fuimos al Birdland, el local del bop. Lester Young estaba en el estrado con la eternidad en sus grandes pestañas”. El jazz es un Espantacuervos, todo el tiempo ahí esperando a que esos jóvenes absortos lo recojan: “empezamos a oír en la radio el programa de Symphony Sid con las últimas novedades del bop”. También los músicos son fuente de comparaciones: “Éramos como dos saxofonistas callejeros que intentaran jugar al baloncesto contra Stan Gets (sic) y Cool Charlie”. Su larga cola rota se prolonga en veladas interminables: “y esa misma semana pasábamos las noches en el Five Pots oyendo jazz, bebiendo en locos saloons negros y recalando finalmente en mi habitación donde hablábamos hasta las cinco de la mañana”.
Si tomamos la atmósfera destructiva de la sociedad americana en la que viven los beats, la creación exaltante y constructiva con la que más se identifican es la música negra. Así, incluso en los sueños de Dean: “—¡Toca! Chilló Dean entre sueños, y supuso que estaba soñando con el jazz de Frisco quizá con los próximos mambos mexicanos”. Siempre como un refinamiento de la belleza salido de un mundo destructivo. Es su forma de libertad: “y metimos unas monedas en la máquina del disco y oímos a Wynonie Blues Harris y a Lionel Hampton y a Lucky Millinder y nos movimos un poco”.
Bruce Cook, en La generación beat, escribe: “En su tiempo, los beat hicieron una tentativa, un torpe e infructuoso intento de identificarse con el jazz. Sentían que era su música, y su pasión por el jazz les confirmó que eran una raza diferente de los poetas académicos, de labios fruncidos, que vivían para sus preciosas veladas de Bach y de Mozart. No, el jazz era lo único real. Era el sonido de la vida excitante que murmuraba a su alrededor. Lo sentían en la tensión de la música, en su fuerza... / ... en las exposiciones líricas de los solistas que se levantaban y tocaban ritmo tras ritmo, un hombre contra el mundo, un modelo para los poetas”.
La verdad es que todos se mantuvieron sentados y mezclados en los bares, tabernas y conciertos de jazz.
En aquella triste y delirante historia de América, como decía Allen Ginsberg en “Kaddish”, el jazz no tuvo miedo de ser adoptado por una generación que hizo lo imposible por el hedonismo y por la tolerancia social y literaria.
Fuente: Gabriel Duarte
http://archivo.laprensa.com.ni/archivo/2004/agosto/14/literaria/critica/

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