Entre los teóricos que más influyeron en el desarrollo del sindicalismo revolucionario estuvo Sorel, citado en la Universitat d´Estiu como uno de los referentes del Walter Benjamin revolucionario, y autor cuya errática etapa final no debe de ocultar la importancia de sus aportaciones, que están fuera de oda duda. Su lectura y su conocimiento adquieren una pertinencia –crítica, por supuesto.-, a la hora de reamar un nuevo sindicalismo en oposición al sindicalismo de servicios y de “negociación” que nos ha llevado a esta situación…Una situación en la que un sindicalismo alternativo tendrá que trabajar por desbordar los marcos establecidos, y dar lugar a una confluencia de hombres y mujeres que a la hora de la lucha pongan por encima los intereses generales, la visión de conjunto, que sus propias afinidades ideológicas, todas respetables mientras contribuyan a la atarea general de hacer retroceder a los amos del país, y a también a sus servidores.
Digamos cuatro cosas sobre George Sorel, controvertido pensador político, teórico del sindicalismo revolucionario y de la huelga general. Graduado en la Escuela Politécnica de París, trabajó como ingeniero durante más de veinte años, abandonando esta profesión en 1892 para dedicarse a lo que se había convertido su pasión fundamental: escribir sobre el sindicalismo y la revolución. Esto fue lo que hizo hasta el momento de su fallecimiento. Según su propia confesión fue marxista «ortodoxo» —o sea socialdemócrata a lo Kautsky— hasta 1897, pero a partir de entonces amplió el espectro de sus influencias filosóficas con lecturas de otros pensadores como Nietzsche, Renan y Henri Bergson. Calificado por uno de sus biógrafos como «un conservador revolucionario», las concepciones de Sorel se diferencian, entre otras cuestiones menores, por su convicción de que la sociedad burguesa —a la que odiaba tanto como conservador que añora una vida preindustrial como por revolucionario que quiere derrocarla para instaurar el socialismo— se hallaba en plena decadencia.
Encontraba en la tradición democrática y racionalista, en el pacifismo liberal (de Jaurés), el síntoma más evidente de esta realidad. Muestra de ello son sus palabras sobre la democracia burguesa: «El gobierno por la masa de los ciudadanos no ha sido nunca más que una ficción: sin embargo, esa ficción fue la última palabra de la ciencia democrática. Ningún intento se ha hecho para justificar la singular paradoja según la cual el voto de una mayoría caótica habrá de producir lo que Rousseau llama la `voluntad general, que es infalible´». Desde la revista El movimiento socialista, Sorel propugna una intervención directa de los trabajadores que se contrapusiese, tanto al régimen parlamentario burgués como a los pactos de los jefes políticos reformistas —como Millerand y Jaurés—, por medio de una acción revolucionaria estimulada por una fuerte carga moralista encarnada en los «mitos» revolucionarios. El tema central de su pensamiento fue la organización y el ejercicio viril de la violencia revolucionaria del proletariado, contrapuesta a la fuerza de poder político, la creación de un sindicalismo constituido en la negación radical del compromiso político. Sus ideas sobre el sindicalismo revolucionario se apoyaban en tres consideraciones fundamentales. En la idea de que no se trata de apoderarse de la maquinaria del Estado sino de destruirla; en su primacía de la acción directa en la industria sobre la acción política parlamentaria y en métodos, o mito, según su propia terminología, de la huelga general capaz de galvanizar a la gran mayoría del proletariado hacia la revolución.
George Sorel exalta el ejemplo de la CGT francesa porque al «mismo tiempo que los teóricos (marxistas) se mostraban impotentes, unos hombres ardientes animados de un sentimiento de libertad, de vigor prodigioso, tan ricos en amor al proletariado como pobres en fórmulas escolásticas, (…) sacaron de la práctica de las huelgas una concepción clarísima de la lucha de clases, lanzaban al socialismo por una nueva vía que empieza a recorrer hoy (…) Los historiadores verán un día en esta entrada de los anarquistas en los sindicatos uno de los más grandes acontecimientos que se hayan producido en nuestro tiempo». (Reflexiones sobre la violencia. Alianza Universidad, con prólogo del muy conservador Isaías Berlín).
Estas concepciones iban, no obstante, envueltas en ideas aristocráticas y oscurantistas —la necesidad de los «mitos», en particular el de la violencia concebida como una fuerza regeneradora, lo que le valió el aplauso nada inocente de Mussolini y de otros filofascistas—, y manifestaron su lado reaccionario cuando Sorel en 1910 asumió plenamente su componente «estética» y le aproximó, aunque fuera fugazmente, a la extrema derecha, a la Acción Francesa y que culminó más tarde con su adhesión al llamado «Circulo Proudhom» —un pensador muy presente en su obra—, creado por un representante de esta tendencia. Su influencia en la CGT y en el sindicalismo revolucionario fue muy importante entre siglos, en una época en la que Sorel pensaba que: «El socialismo es una cuestión moral en el sentido que introduce en el mundo un nuevo modo de juzgar todas las acciones humana o, siguiendo una conocida expresión de Nietzsche, una transvaloración de todos los valores…Las clases medias no pueden encontrar en sus condiciones de vida una fuente de ideas que estén en oposición directa a las ideas burguesas; la noción de catástrofe le resulta completamente ajena. El proletariado, al contrario, encuentra en sus condiciones de vida con qué alimentar sentimientos de solidaridad y rebelión; está en guerra diaria con la jerarquía y con la propiedad; puede así concebir valores morales opuestos a los consagrados por la tradición. En esa transvaloración de todos los valores por el proletariado militante reside la gran originalidad del socialismo contemporáneo» (citado por E.H. Carr en Sorel: filósofo del sindicalismo, ensayo incluido en Estudios sobre la revolución Alianza, Madrid, 1970; hay una edición reciente).
Cuando el desarrollo del capitalismo financiero y la exacerbación de las contradicciones internacionales, hicieron que el sindicalismo de la Carta de Amiens entrara en una profunda crisis, Sorel sufrió una gran desorientación que le llevaron hacia sus veleidades con la derecha más extrema y a ilustrar sus grandes contradicciones en el otoño de su existencia, cuando apoyaría dos opciones completamente opuestas: la revolución rusa a la que saludó como «el rojo amanecer de una nueva época», y la victoria del fascio en Italia, el país donde logró una mayor influencia fuera de Francia. Sorel fue director de las revistas La nueva era El porvenir social y Estudios socialistas. También escribid numerosos ensayos, entre los cuales cabe señalar, El porvenir de los sindicatos (1897); Reflexiones sobre la violencia, su obra más notoria, con la que incorpora el irracionalismo filosófico a la política y en la que desarrolla su análisis del mito en la vida de las sociedades y de la huelga general concebida como un mito nucleador y dinamizador de las luchas emancipatorias de la clase obrera; Materiales para una teoría del proletariado (1919), y sus ataques al marxismo convencional en La descomposición del marxismo (1900), y Las polémica sobre las interpretaciones de marxismo (1908), amén de unas Confesiones. Un amplio eco sobre el lugar de Sorel en el debate marxista-revisionista se encuentra en la amplia obra de Bo Gustafson, Marxismo y revisionismo (Grijalbo).
Por Pepe Gutiérrez-Álvarez.
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