Jacques Sternberg. Cuentos glaciares.

Muy poco leído en castellano, Jacques Sternberg fue uno de los escritores más prolíficos en francés, con dieciséis colecciones de cuentos, dieciséis novelas, tres piezas teatrales, dos libros de ensayos, incontables artículos periodísticos y varios guiones de cine y televisión, entre ellos el de Je T’aime, Je T’aime (1968), para el maestro de la nouvelle vague Alain Resnais. Era, también, un hombre muy inquieto y muy extraño, producto de sus terribles primeros años: hijo de un rico comerciante de diamantes judío de origen polaco, Jacques Sternberg nació en 1923 en Anvers, Bélgica. Al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, la familia se refugió en Cannes, pero cuando los alemanes ocuparon Francia huyeron hacia España, donde los Sternberg fueron detenidos en Barcelona y deportados nuevamente a Francia. Allí Jacques y su padre permanecieron en un campo de prisioneros, hasta que el padre fue deportado a Polonia. Murió en el viaje. En 1944, durante la liberación, Sternberg se encontraba en París. El, que había sido el hijo rebelde de una familia muy rica, era pobrísimo. Empezó a trabajar como cronista en diarios belgas, más tarde como embalador, fue publicista, detective, dactilógrafo, vendedor. Hacia 1948 comenzó su carrera como escritor con el género por el que sería más recordado: la micro-ficción. Durante los siguientes veinte años formaría parte del grupo Pánico junto a Alejandro Jodorowski, se dedicó a navegar en su velero –aunque siempre se negó a correr regatas– y sería editor de la revista Planète, además de otros varios emprendimientos editoriales siempre relacionados con el fantástico y la ciencia ficción, aunque él renegara de estas clasificaciones.
Cuentos glaciales (Contés Glacés, 1974) son 270 cuentos, recopilados por el propio Sternberg, escritos entre 1948 y la fecha de edición. En el prólogo, el autor escribe, con su característico gusto por la provocación: “Escribir una novela de más de 250 páginas está al alcance de cualquier escritor más o menos dotado. Puede hacerse en 25 días a razón de 10 páginas diarias... Escribir 270 cuentos, en su mayoría breves, es otra historia. No se trata de un asunto de ritmo, sino de inspiración: hacen falta 270 ideas. Y eso es mucho”.
Varios de estos “cuentos glaciales” giran, justamente, alrededor de una idea ingeniosa, en la mayoría de los casos muy inquietante. Casi siempre, los microrrelatos pueden considerarse fantásticos o estar dentro de la ciencia ficción (especialmente en los apartados “Los otros” y “Los otros lugares”), pero en todos los casos le pertenecen al fantástico post Kafka, que no usa ni monstruos ni maquinarias perversas ni laboratorios para expresar lo irracional de la existencia humana. Kafka es una influencia; también cierto humor surrealista. Y en cada texto queda clara la desconfianza de Sternberg, su misantropía, su humor negro. A cada relato clásico, como “El reflejo” (sobre el tema del doble), se le van sumando cuentos donde lo disruptivo, en ocasiones lo maligno, es la ciudad, la burocracia, los pasillos, los túneles, las cañerías, las películas, las fotografías: el horror de la deshumanización pero escrito sin solemnidad, con una sonrisa perversa. Salvo, quizá, en los numerosos relatos sobre o situados en trenes (“La estación”, “El último vagón”): no es aventurado afirmar que en estos relatos Sternberg está escribiendo sobre el Holocausto, ya que luego lo hace explícitamente en cuentos como “La cura” (un campo de concentración en un castillo) o el clarísimo “El tren”.
Hay dos relatos en Cuentos glaciales que escapan a la microficción y no sólo por su extensión. Se trata de “El resto es silencio” y “Marea baja”, dos cuentos de casi veinte páginas protagonizados por mujeres extrañas que visitan al protagonista y lo hechizan con mórbido encanto. Las visitantes encarnan a la Muerte, y no parece casual que Sternberg haya incluido en la colección a estos disonantes cuentos extensos, descriptivos, muy poco ingeniosos, desesperantes y de oscura fluidez. La muerte es el gran tema que sobrevuela todos los Cuentos glaciales, incluso los más juguetones, incluso los que se parecen demasiado a ejercicios o borradores, sea en la muerte de una civilización (“La memoria”) o la de un niño (“El juego”). Sternberg se consideraba un cronista del terror en sus formas contemporáneas pero, al menos en Cuentos glaciales, su gran miedo es el fin. O el absurdo de tener que vivir y morir.
Por Mariana Enriquez
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-4140-2011-01-23.html

Comentarios