Helena Rubinstein y el arte del maquillaje

Helena Rubinstein fue incansable en el trabajo y visionaria para los negocios. Dedicó toda su vida en alcanzar una ambiciosa meta: dejar un importante legado con sus productos de belleza a todas las mujeres del mundo. Sin ella, la cosmética no sería la misma que hoy conocemos.
A Helena se le deben, entre otras innovaciones, mascarillas que embellecen al mismo tiempo que combaten el acné, tónicos faciales, cremas de noche y maquillaje resistente al agua.
Una vida llena de éxitos, pero también marcada por una tenaz lucha por salir de la pobreza y abrirse camino en el competido campo de la cosmética merecía contarse; por ello, la periodista francesa Michèle Fitoussi decidió escribir su biografía, a la cual tituló Helena Rubinstein: La mujer que inventó la belleza.
La publicación narra, a lo largo de sus 300 páginas, cómo Rubinstein reinventó y modernizó el concepto de belleza.
La vida de Rubinstein
Helena fue la mayor de ocho hermanas de una familia judía ortodoxa pobre. Nació en Cracovia, Polonia, en 1872, pero su familia la mandó a Australia a los 24 años de edad por negarse a aceptar un matrimonio que ya se había pactado. Su madre decidió meter en su maleta unos tarros de crema para la piel elaborada por un químico amigo de la familia.
Dos décadas más tarde, esta crema se convirtió en la base de su fortuna.
Al frente de los movimientos por los derechos de las mujeres, Helena abrió su primer instituto de belleza en Melbourne en 1902, año en el que las mujeres obtuvieron el derecho a votar en Australia.
Se casó con Edward Titus, un periodista, editor y brillante publicista estadounidense quien le ayudó a establecer su negocio y con quien tuvo dos hijos.
En 1938, después de haberse divorciado de él, se convirtió en princesa, al casarse con el príncipe de Georgia Artchill Gourielli.
Vendió su negocio en 1928, pero lo volvió a comprar durante La Gran Depresión, convirtiéndose en una de las empresarias más ricas de su época.

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