Grand Guignol, el teatro del terror

París, 1899, rue Chaptal, barrio de Montmatre. Capas largas, sombreros de copa alta, carruajes suntuosos, joyas, perfumes caros. Caballeros y damas de alta sociedad se adentran en las oscuras calles de un barrio decadente, y entran en un edificio que alguna vez fue una capilla. Adentro, les espera una orgía de sangre, sexo, traiciones, torturas, asesinatos, mutilaciones y violaciones. Cuando un ojo es arrancado con una cuchara del rostro de una bella mujer se desmayan unos cuantos, cuando una prostituta es degollada algunos salen a tomar aire y son atendidos por un doctor, otros corren a vomitar su vértigo cuando una piel es arrancada de la espalda de una persona viva. Pero todos se quedan hasta el final. Para eso han venido.
Todo horror tiene nombre, y este se llamaría Grand Guignol.
Teatro violento, descarnado, visceral, de bajas pasiones, uno de los secretos sucios y fascinantes de París, una atracción turística que llegó a ser en su tiempo tan indispensable para el turista como el Louvre o la Torre Eiffel. El teatro del Grand Guignol, inspiración, referencia primaria del cine de terror, del gore norteamericano, del llamado teatro del pánico y hasta del mismo Perro Andaluz (1928) de Luis Buñuel y Salvador Dalí en la escena del ojo, la luna y la navaja.
El teatro del Grand Guignol abriría sus puertas en 1897 y las cerraría sesenticinco años después, persistiendo su espíritu en homenajes, filmes, y en la memoria de aquellos que tuvieron el retorcido placer de presenciar aquel arte. Su fundador: un tal Oscar Méténier, ex secretario privado del comisionado de la policía de París, y admirador de Émile Zola, abanderado del Naturalismo literario. Con el tiempo, el empresario Max Maury se haría cargo del teatro (luego de la misteriosa desaparición de Méténier), y con la colaboración del Príncipe del Terror, el libretista, André de Lorde, el Grand Guignol alcanzaría su cima y renombre internacional.
El lugar tenía un aforo de unos 280 puestos, y un pequeño tablado, sobre el que se dramatizaban historias muy cortas que provocaban sin duda una electrizante catarsis aristotélica en los presentes. En una noche, se llevaban a cabo hasta cinco representaciones, y su éxito se medía por la cantidad de asistentes desmayados. Para los "efectos especiales" se utilizaban ojos de animales, visceras, sangre falsa, materiales varios con aspecto de piel humana, y una serie de instrumentos trucados e ingeniosos, como cuchillos con hoja retractil. Las historias eran tomadas de la vida real, inspiradas en el ya mencionado Naturalismo literario, pero exageradas en el morbo. Una de ellas: una mujer es injustamente internada en un asilo; durante la noche, las reclusas orates se van hasta su cama, la inmovilizan, le sacan los ojos y le echan agua hirbiendo en el rostro. Según el historiador de teatro Mel Gordon (The Grand Guignol: Theatre of Fear and Terror), Maxa, una de las actrices del Grand Guignol, fue asesinada más de diez mil veces. Pidió auxilio unas novecientas veces, gritó "asesinato" más de mil, y "violación" más de mil ochocientas. El Naturalismo, entendido de un modo simplista, mostraba lo más feo y desagradable del hombre, su parte más animal. Émile Zola, no obstante, habala de una literatura "científica" que tomaba los hechos de la naturaleza, tal cual, sin juzgar ni sacar conclusiones. Zola asumía que de esa literatura imparcial, podía surgir un conocimiento extra literario, otorgándole un fin moral y terapéutico al Naturalismo: "Somos, en una palabra, novelistas experimentadores que demuestran por la experiencia cómo se comporta una pasión en un medio social. El día en que conozcamos el mecanismo de esta pasión podremos intentar reducirla o, por lo menos, hacerla lo más inofensiva posible." El teatro del Grand Guignol llevaba al extremo los postulados del Naturalismo, quizás más por un interés comercial que científico. Lo que sí es cierto, es que su huella de truculencia y sangre falsa ha perdurado en los ámbitos artístico y comercial.
Clive Barker, George Romero, Russ Meyer, Peter Jackson (conocido ahora por El Señor de los Anillos, pero autor de filmes gore en su inicios), Roger Corman, John Carpenter, los hermanos Argento, Tobe Hopper, Stanley Kubrick, Stephen King, Dalí, Buñuel y muchos más, mejores o peores, para bien o para mal, tienen una gran deuda con el terrible teatro del Grand Guignol.

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